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POLARIZACIÓN AFECTIVA: ENTRE ENGAÑOS Y DESENCANTOS

Diseno sin titulo 6

Hasta no hace mucho se hablaba en política de polarización ideológica, un concepto que se refiere al grado de diferenciación programática o de políticas entre ciudadanos o partidos políticos. Este ha sido un rasgo sistémico típico, en la medida que, permite captar el alcance de la distancia ideológica entre actores políticos, generalmente en el eje izquierda – derecha.

En cambio, la polarización afectiva describe el crecimiento de emociones negativas hacia el grupo político contrario. Es algo así como una expresión visceral que no solo se detiene en marcar una opinión distinta, sino en la molestia que genera saber que alguien piensa de tal o cual forma. Con ello crece el desprecio personal.

Este nuevo concepto fue popularizado por estudios de ciencia política en Estados Unidos. Su principal tesis es que la polarización afectiva, ese antagonismo visceral entre votantes republicanos y demócratas, aumentó considerablemente. Incluso más que la polarización ideológicas, es decir, aquellas diferencias en el plano de las ideas y políticas públicas.

Esto ha generado una lógica de “nosotros contra ellos” que se escalado a niveles prenden luces de alerta por el menoscabo generado en la convivencia democrática. En estos términos, el adversario político paso de ser alguien a quien hay que derrotar a alguien al que hay que aniquilar. Por ello se entiende que la polarización afectiva tiene consecuencias profundas para el diálogo democrático y la gobernabilidad.

La polarización afectiva presenta una serie de rasgos inquietantes: la desconfianza interpersonal crece mientras aumenta la percepción de que el otro “no es confiable”, sólo por su afiliación política; también se observa una deslegitimación del adversario porque se pierde la capacidad de reconocer el pluralismo de ideas. Esto último trae como genera una ruptura de lazos sociales y en las redes se presenta una profundización de las burbujas ideológicas.

Las consecuencias parecen tener un denominador común en cuanto al deterioro del debate político, menor disposición al compromiso y reconocimiento del adversario, lo que en definitiva afecta la gobernabilidad. Pero también a nivel de convivencia, la política se vive como una guerra moral o incluso de estereotipos. Frente a este escenario, se vuelve imprescindible exigir responsabilidad a los líderes políticos.

El politólogo Mario Riorda sostiene que “las campañas electorales han muerto y los debates en torno a propuestas han sido suplantados por plebiscitos emocionales que se ponen en juego a partir de las dicotomías.” Y agrega: “hay dos características del discurso político actual: el discurso “simple”, se perdió el peso específico de las ideas y los argumentos, para darle lugar a los hechos y a las personas descontextualizadas, y la mayor capacidad de definir lo que “no se es” antes de lo que se representa. Ninguno de los dos elementos contribuye al debate”.

Los procesos electorales tenían una función relevante: servían como debate de futuras políticas públicas. Eso ya no queda tan claro. Todo se reduce a plebiscitos emocionales de los ejecutivos de turno, quienes a su vez replican a la oposición en los mismos términos. La arena política se llenó de actores justicieros que juegan a la justicia mediática y subjetiva. Las campañas argumentan más sobre el pasado que sobre el futuro. El diálogo democrático fue totalmente aniquilado y esa ausencia de diálogo es llenada con hostilidades y agresiones. La materia prima comunicacional es el otro en cuanto malo. En estos términos, se conforma una otredad restringida, negativa, donde la identidad del uno se forma por el contraste con el otro, sin entenderlo ni asumir su diferencia, sino combatiéndolo, negándolo.

Riorda sostiene que es el tiempo de los pseudoacontecimientos cuyo fin en sí mismo es convertirse en hechos comunicacionales sin importar su aporte a la política. Lejos de la idea de propuestas o aportes constructivos, sólo importa que finalmente sean autoprovechosos. Esto transforma a la política en un asunto público cotidiano para el consumo de los ciudadanos, con una drástica consecuencia: competencia de pseudoeventos y debates conflictivos de intrascendencias que compiten  en intensidad con grandes políticas y decisiones públicas.

Las redes sociales se transformaron en los medios más idóneos para mantener la cohesión tribal estimulando rasgos identitarios y fomentando la lealtad a las pasiones. Todo se justifica por la defensa de la identidad, de allí la proliferación a niveles exponenciales de la violencia, las humillaciones, las transgresiones y las mentiras. La verdad se transformó en algo en disputa, amenazada permanentemente por la realidad ficcional creada por las fake news. 

Campañas negativas: cuando se apuesta a las emociones para ganar elecciones

Si las personas sienten esperanza y creen que las cosas pueden mejorar, las decisiones se orientan a favor. Si, en cambio, predomina la desconfianza, la frustración o la indignación hacia un candidato o partido político, las decisiones se orientan en contra. Cuanto más intensa es la emoción, mayor será la fuerza e impulso de la decisión. Por eso, las emociones como el enojo, el resentimiento o el miedo resultan determinantes en cualquier elección.

El clima digital vinculado a la contienda electoral estuvo marcado por el desánimo y la bronca. Según un informe de Monitor Digital, el 81% de la conversación digital sobre las elecciones legislativas del pasado 26 de octubre tuvo un tono negativo, reflejando una ciudadanía agotada por la polarización, la falta de propuestas y la desconfianza hacia la dirigencia política.

La conversación giró casi por completo en torno a Javier Milei lo que demuestra que la elección jugo la suerte de un plebiscito presidencial a lo largo y ancho del país. De acuerdo a datos recabados por Monitor Digital, tanto Fuerza Patria como La Libertad Avanza registraron un 85% de menciones críticas, con un sentimiento neto de -71%. Las conclusiones del informe fueron por demás llamativas: la campaña transcurrió bajo altísimos niveles de tensión emocional. No se vio ni entusiasmo ni esperanza y las redes funcionaron como un espacio de catarsis colectiva donde predominó el enojo.

En términos generales, los resultados de las elecciones legislativas a nivel nacional dejaron algo más que un mapa político: un país que se mira a sí mismo y no se reconoce.

La Libertad Avanza logró una victoria en medio de una economía colapsada, con denuncias de corrupción y una gestión que se sostiene sobre el marketing de la bronca más que sobre resultados concretos.

¿Cómo se explica el triunfo de Milei?, el componente emocional del voto fue determinante: una parte importante del electorado, aunque no valida en términos generales las políticas de presidente ni está del todo conforme con la situación actual del país, se vio obligado a elegir el “mal menor” ante el temor implantado por la narrativa libertaria sobre el “riesgo kuka”, que implicaba que estalle todo y crezcan las posibilidades del regreso de un gobierno kirchnerista en 2027.

El triunfo de Milei no puede leerse sólo como un fenómeno político, es también un síntoma social. Hay una parte de la sociedad que siente que perdió el futuro. Que el esfuerzo ya no alcanza. Y esa frustración, combinada con el desgaste moral de un sector de la dirigencia, se convierte en una bomba emocional que estalla en las urnas.

La aritmética electoral, sin embargo, deja un dato que no se debe perder de vista: la Alianza de La Libertad Avanza y el PRO no lograron contener la cantidad de votos que sacaron por separado hace dos años. Perdieron cerca de cuatro millones de votos a nivel país.

La nacionalización de la elección en Misiones

Los resultados de las elecciones legislativas en Misiones no escaparon a una tendencia que se repitió a lo largo y a lo ancho del país: se trató de un voto que buscó alinearse con el gobierno nacional. No se votó por la gestión local, sino por la aprobación de un rumbo económico a nivel nacional.

Los electores de los municipios más grandes de Misiones optaron por respaldar al sello del presidente Javier Milei. A partir del resultado, ahora pesa sobre el representante misionero de La Libertad Avanza una responsabilidad enorme que tiene que ver con responder y estar a la altura de las demandas de una sociedad que atraviesa el año más difícil de las últimas décadas.

Un tercio de los misioneros que se volcaron a las urnas el pasado 26 de octubre decidieron que Diego Hartfield sea el interlocutor directo del Gobierno Nacional. La lupa estará puesta sobre la figura de este novato dirigente y la forma en que se desenvuelve en el Congreso de la Nación. No se trata de un game de un partido de tenis ni de una rueda en la bolsa de valores, se trata de la defensa de los intereses de los misioneros ante la Nación. Tendrá un mandato legislativo para demostrar si está a la altura de un digno representante del pueblo misionero. Será su performance legislativa la que permitirá arribar a conclusiones definitivas.

La paradoja es por demás evidente: desde las urnas se pidió más motosierra. En el peor momento de la yerba mate, cuando los secaderos pagan precios por debajo del costo y las chacras se desangran por la pérdida de rentabilidad, los productores votaron por quienes desregularon su principal actividad económica. En las zonas forestales, donde las ventas se paralizan y los aserraderos trabajan por debajo de la mitad de la capacidad instalada, también ganó el sello de Milei. Los jubilados y los estudiantes de las universidades públicas, golpeados por el ajuste, no encontraron en el voto una herramienta de defensa. Casi cuatro de cada diez misioneros eligieron acompañar al partido del presidente Milei incluso a costa de su propio padecimiento, pero ahora exigirán que la economía comience a funcionar.

Lo cierto es que el mensaje de las urnas el pasado 26 de octubre fue doble: por un lado, la gente está de acuerdo con el rumbo económico adoptado por el presidente Milei, y por el otro, reconoce que el modelo provincial sigue siendo el que mejor interpreta sus necesidades. En este contexto, adquiere mayor valor la victoria del Frente Renovador en las elecciones provinciales del 8 de junio, en donde el ingeniero Sebastián Macías derrotó al ex tenista Diego Hartfield. En aquel entonces, la Renovación le ganó a La Libertad Avanza en una elección en donde se discutían exclusivamente los temas de Misiones. Ese antecedente hoy cobra otra dimensión: cuando se vota lo local, la gente sigue eligiendo a quienes gobiernan y conocen el territorio. Al fin y al cabo, el ex tenista y corredor de bolsa, es un desconocido para la mayoría de los misioneros. A juzgar por sus opiniones respecto a diferentes problemáticas de la provincia, no tiene un vínculo directo con la realidad provincial. A partir del 10 de diciembre, llegará el momento de demostrar qué nivel de compromiso tiene con la defensa de los intereses de Misiones ante el país central. El pueblo estará mirando con atención.

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El poder conlleva responsabilidad

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La elección del 26 de octubre marcó un punto de inflexión en la política misionera y nacional. La victoria de La Libertad Avanza reflejó un voto alineado con el rumbo nacional: los ciudadanos de los municipios más poblados respaldaron a Javier Milei y a su candidato Diego Hartfield, depositando la esperanza de que la economía mejore y que las decisiones del Gobierno nacional atiendan las necesidades concretas de la provincia. Fue una elección más por un modelo económico que por la gestión local, con la ilusión de reactivar consumo y comercio. Pero con esa confianza llega también una gran responsabilidad: transformar expectativas en resultados. En ese marco, la cumbre de gobernadores con el presidente post electoral, donde participó Hugo Passalacqua, demuestra la vigencia de la estrategia de Carlos Rovira: mantener a Misiones como un actor colaborativo, ni K ni opositora, priorizando el diálogo y la defensa de sus intereses.

En los pueblos y ciudades donde se impuso el espacio libertario, la gente ya empieza a expresar un pedido claro: “Queremos conocer a Hartfield para pedir lo que hace falta”. Ese reclamo refleja la expectativa de una sociedad que, tras un año muy difícil, busca soluciones concretas. El ganador de las elecciones se convierte en el nuevo interlocutor directo del Gobierno nacional, y los vecinos lo ven como la puerta a golpear para hacer llegar sus demandas y esperanzas, pero también sus urgencias cotidianas. Y aquí cabe recordar un viejo adagio que cobra plena vigencia: un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Hartfield y la LLA cargan ahora con el deber de transformar esa confianza en resultados tangibles.

En esta línea, el mensaje que dejaron las urnas es contundente: los misioneros entendieron que la llave del bienestar está en la Nación, donde se toman las decisiones que impactan en la economía y en la vida de todos. Por eso, eligieron acompañar el rumbo de Milei y su candidato, Diego Hartfield, con la expectativa de que esa sintonía política se traduzca en mejoras reales.

Sin embargo, lo llamativo es que: en el peor momento de la yerba mate, con secaderos pagando precios por debajo del costo y chacras sin rentabilidad, los productores votaron por quienes desregularon su principal actividad económica. En las zonas forestales, donde las ventas se paralizan y las fábricas trabajan a media máquina, también se impuso el oficialismo nacional. Jubilados y universidades públicas, golpeados por el ajuste, no encontraron en el voto una herramienta de defensa. Aun así, la sociedad eligió respaldar al presidente Milei, aunque ahora exige que la economía empiece a funcionar.

El resultado refleja una elección nacionalizada, no se votó por la gestión local, sino por un modelo económico y la ilusión de que las medidas nacionales puedan reactivar consumo y comercio. El desafío ahora recae en el presidente: estimular la economía, generar empleo y hacer crecer la producción en un contexto donde la paciencia social no será infinita y el fin de año se anticipa complicado.

En este aspecto, el triunfo libertario del 26 de octubre también pone en valor la victoria provincial del Frente Renovador Neo del 8 de junio, cuando Diego Hartfield perdió en una elección centrada exclusivamente en los temas locales. Ese antecedente muestra que, en lo local, la gente sigue respaldando a quienes conocen el territorio. Hartfield sigue siendo un desconocido para la mayoría de los misioneros, mientras que el Gobierno provincial continúa resolviendo problemas concretos, sosteniendo programas, obra pública y políticas sociales que atraviesan la crisis.

Puentes institucionales y estrategia misionera

El gobernador Hugo Passalacqua, fiel a la tradición del Misionerismo, volvió a tender puentes institucionales. Esta semana participó de la cumbre de gobernadores convocada por Milei en Casa Rosada, donde ratificó su disposición al diálogo “las veces que sean necesarias para consensuar temas, más allá de las lógicas diferencias, con el objetivo de hacer crecer al país y a Misiones”. Es una postura coherente con la estrategia que Carlos Rovira definió hace años: Misiones no debía ser ni K ni opositora, sino colaborativa. Los resultados le dan la razón.

Gracias a ese equilibrio político, la provincia logró preservar un espacio de representación propio en el Senado, con dos legisladores que serán decisivos en el nuevo esquema de acuerdos que el Gobierno nacional busca tejer con las provincias no kirchneristas.

Por otro lado, mientras el discurso nacional promete reformas y crecimiento, en Misiones la gestión se refleja en hechos concretos. En Puerto Rico, Passalacqua entregó más de 60 títulos de propiedad a familias del barrio fundacional San Alberto, destacando que “este no es un acto de entrega, es un acto de amor y devolución”. En medio de la incertidumbre económica, gestos como este consolidan el vínculo entre el Estado provincial y la gente, ofreciendo seguridad, pertenencia y justicia a quienes esperaron años por el reconocimiento de su tierra.

Asimismo, gracias a gestiones directas de la Provincia, se consiguió prorrogar el régimen que permite compatibilizar programas sociales con empleo rural registrado. Esta medida refuerza la inclusión y la formalización laboral, pilares de las economías regionales, y demuestra que la política del diálogo rinde frutos cuando se orienta a construir y no a confrontar. La Tierra Colorada mantiene así su rumbo: gobierno cercano, gestión presente y decisiones concretas. Frente a un contexto nacional incierto, el Misionerismo apuesta a la estabilidad, al trabajo y a la institucionalidad, conservando el pulso de la realidad cotidiana aunque la Nación maneje la economía.

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La Libertad Avanza Misiones, Milei y el set del poder: cuando la teoría choca con la red

Diseno sin titulo 4

Me senté a escribir esto después de leer mucho sobre tenis, porque no entiendo nada de ese deporte. Pero me picó la curiosidad: quería escribir algo que los que saben de tenis, y nada de política, pudieran entender. Porque en política, como en la cancha, no alcanza con pegarle fuerte: hay que saber dónde la vas a dejar picar.

El 26 de octubre, Hartfield, Gruber y Nuñez levantaron los brazos como si el primero hubiese ganado Wimbledon. Pero el partido recién empieza, y esta vez no hay cambio de lado: ahora juega del lado del poder. Y ahí, el saque ya no te salva.

Hasta hace una semana, su discurso era un drive limpio desde el fondo de la cancha: prometer desfinanciar, achicar, ajustar, cortar. Todo valía, porque el punto se jugaba contra el sistema. Pero el voto lo cambió de lado, y ahora la pelota vuelve más pesada.

Cuestionar, decía Maquiavelo, es un acto gratuito (“los hombres juzgan en general más por los ojos que por las manos”). Gobernar, en cambio, siempre tiene costo. Cuanto más lejos estás del poder, menos tenés que probar. Pero cuando lo alcanzás, las ideas se vuelven carne, y la carne duele.

Ahí está el desafío para los flamantes diputados nacionales electos libertarios y misioneros: dejar de teorizar sobre desfinanciar la provincia sin explicar qué van a hacer con la gente que queda en el medio. Porque la política no es un deporte de alto rendimiento, es una ciencia de consecuencias. Y los discursos, esos que farmean likes en X, se oxidan rápido cuando los toca la realidad.

Misiones no es un think tank, es una provincia con economía real: secaderos que pagan debajo del costo, docentes que esperan al último día hábil del mes, jubilados que dependen del IPS, productores que necesitan crédito. El discurso de la desregulación puede sonar emancipador en Twitter, pero cuando el kilo de yerba vale menos que una lata de cerveza, el romanticismo liberal se evapora.

Milei, por su parte, parece haber entendido eso. El nuevo “Milei dialoguista” que reunió a veinte gobernadores en Casa Rosada no es el león que ruge, sino el que calcula, estrecha manos, abraza y sonríe. Un Milei que puede comer chipa y agradecer el gesto. El Milei que “se mostró medido” y habló de acuerdos “con matices”. No es una transformación espiritual: es supervivencia política. Cuando el poder se asienta, el pragmatismo reemplaza a la furia.

Passalacqua fue claro en Casa Rosada: diálogo sí, sometimiento no. Es la línea que Rovira dibujó hace tiempo: ni K ni anti-K, ni libertarios ni opositores. Misionerismo a secas. Y esa neutralidad inteligente le permite a Misiones hoy sentarse en la mesa grande sin arrodillarse ni patear el tablero. Dos senadores propios y un bloque que obliga a nación a negociar en un Congreso que se redefine, son prueba de eso.

La Libertad Avanza de Misiones, que hace semanas cabalgaba sobre la ola, ahora tiene que surfear sobre su espuma. Ya no alcanza con repetir que “hay que liberar las fuerzas del mercado”. En una provincia productiva, que necesita y merece crédito, coparticipación y obras nacionales, recitar la teoría austríaca suena bien hasta que un colono te pregunta cómo va a pagar la nafta del tractor.

El poder sin resultados es erosión. Weber hablaba de tres legitimidades —la legal, la carismática y la racional—; Hartfield y Gruber tienen la primera, evidentemente (después de lo del domingo) la segunda, pero no todavía la tercera. Porque la racionalidad del poder se construye sobre una sola cosa: eficacia.

Milei puede permitirse el discurso global, la retórica mesiánica del “déficit cero” y las fotos que Washington pide. Hartfield y Gruber no. Ellos tienen que responder por los caminos de tierra colorada, los hospitales, las escuelas y las universidades en suelo misionero. Gobernar no es citar a Hayek; es pagar los sueldos de los médicos de los CAPS.

Y ahí entra la paradoja de esta nueva etapa: mientras Milei se vuelve dialoguista, el libertarismo misionero deberá volverse gestor. La motosierra necesita presupuesto, y el Excel no se llena con reels cancheros.

El poder, decía Foucault, no se ejerce, se administra. Es un flujo que pasa por todos, pero sólo los inteligentes lo canalizan sin romperlo. En Misiones, el Frente Renovador lleva años haciendo justamente eso: negociar sin rendirse, acompañar sin someterse. Passalacqua estuvo en Casa Rosada, habló poco y escuchó mucho. Sabe que los gestos valen más que los gritos.

Hartfield y Gruber, en cambio, tendrán que aprender que el poder es como un tie-break eterno: te obliga a jugar cada punto con responsabilidad, sin margen para el error. Porque cuando uno habla de cortar subsidios, hay un productor que deja de comprar semillas; cuando se promete achicar el gasto público, hay un docente que se pregunta si va a cobrar el último día hábil del mes; cuando se celebra el déficit cero, hay provincias que quedan fuera del reparto.

El Milei dialoguista inaugura una nueva fase del ciclo libertario: la del contacto con la realidad. La del ajuste que empieza a necesitar gobernabilidad. Y esa palabra, que hasta hace poco parecía una mala palabra, vuelve a ser la más importante de todas.

El país entra en la etapa de las explicaciones. Ya no alcanza con tener razón; hay que tener resultados. Hartfield y Gruber están ante su primera gran devolución política: demostrar que el cambio no era sólo una consigna.

En el fondo, todos los que llegan al poder atraviesan la misma curva: la del idealismo que se topa con la administración. Y en ese punto exacto, donde el dogma se mezcla con el barro, se mide la estatura de los verdaderos dirigentes.

El poder es un espejo cruel: te devuelve la imagen sin maquillaje. Los que llegan creyendo que todo se resuelve con coraje, descubren pronto que también hace falta oficio. Porque en la política, como en el tenis, la gloria no la consiguen los que golpean más fuerte, sino los que aguantan más pelotas. Y cada decisión, cada firma, cada silencio, va marcando el resultado invisible de un partido que no termina nunca. Y en esos puntos, entre el cálculo y la convicción, se decide quién vino a gobernar y quién sólo vino a jugar.