Añoranzas polacas en la memoria de don Mariano Atamañuk

Amante de producir y trabajar la tierra, sigue activo en el que es su lugar en el mundo. Hombre de fe, conserva imágenes religiosas del siglo XIX traídas de Europa


Don Mariano “Lito” Atamañuk es uno de los últimos pioneros que queda en Corpus. Dueño de una energía que contagia, sigue activo en la chacra y se desvive por sus nietos. Hombre de fe, no falta a misa un solo domingo y conserva en la casa familiar reliquias traídas desde Polonia por su padre.El 25 pasado celebró sus 83 primaveras aunque su energía parece la de un adolescente. Arranca a las 6 y sigue de largo hasta las 20 en el enorme predio rodeado de yerbales, chanchos, pinares, verduras y enormes eucaliptos que tienen más de un siglo.“Acá soy feliz”, admitió con sonrisa amplia y mirada lejana. Patrimonio viviente de la primera capital de Misiones, fue referente en la producción yerbatera y maderera de la zona, pero las políticas de los años 90 lo fundieron.“Sólo se buscaba sostener a los más grandes y fundirnos a los chicos”, dijo en una recorrida con El Territorio por el extenso predio donde aún conserva lo que fue el secadero modelo de la zona, con el que llegó a emplear a un centenar de personas.“Toda mi vida paso en este lugar. Acá hice la primaria en la Escuela 31, la única que había, caminábamos cuatro kilómetros para ir hasta 4° grado”, relató.Luego, si quería seguir estudiando, debía emigrar. “Mi papá, con todo el gasto me llevó al Colegio Roque González en Posadas. Ahí terminé la primaria que era 5° y 6° grado y él quería que yo siga estudiando, me llevó a la secundaria y no quise, disparé de allá. La parada de colectivos en aquel entonces estaba en Uruguay y Mitre, donde está el Mástil. Hasta ese lugar conocía y tomé el colectivo de los Rouffignac, un conocido nuestro porque yo no tenía plata y le dije ‘me puede llevar. Papá le va a pagar allá’ y me trajo”, contó don Lito.En la entrada a la propiedad, un cartel polaco-argentino de más de un siglo.Apenas llegó a Corpus su padre Francisco se enojó y lo llevó de vuelta a Posadas. “Ahí le encaró a los curas y les dijo ‘cómo puede ser que deje a mi hijo acá y se escape’. Me tuvieron más corto y para mí fue peor porque por segunda vez me volví a escapar. No quise seguir estudiando porque a mí me gustaba la chacra. Así que volví y mamá Julia se largó a llorar y me preguntó ‘qué hacés Lito, qué va a decir papá’. Y le respondí ‘si papá no me quiere acá yo me voy a trabajar a otro lado, pero a Posadas no vuelvo más’”, detalló.Así dejó definitivamente la escuela a los 13 años y desde hace 70 años vive de y para su chacra en la propiedad donde los Atamañuk se instalaron en 1910, apenas arribaron a Misiones desde Polonia y tras pasar con escalas por Buenos Aires y Corrientes.“Somos los únicos que desde esa fecha quedamos aquerenciados acá, en el Lote 60. Me acuerdo que en casa con mis padres se hablaba sólo en polaco y el castellano recién lo aprendíamos en la escuela”, comentó.Pese a los vaivenes de la economía, se logró reinventar para seguir teniendo la chacra activa. En su aserradero sigue produciendo y vende carbón, machimbre, pino aserrado y aserrín. También yerba y mandioca para clientes que ya lo conocen desde hace años.“Yo estoy al frente de los trabajos hasta que pueda. Me afinqué acá, en la chacra y nunca me fui porque siempre me gustó esa vida que se tiene en este lugar”, explicó cuando se le consultó por qué sigue. Pese a haber dejado la escuela de chico, paradójicamente se casó con María Ángela, una docente y el gran amor de su vida. Y dos de sus hijas son maestras, los otros dos, en tanto, se dedican a la producción maderera y el transporte.Fe intactaSin embargo, pese a su amor a la tierra, la religiosidad ocupa un lugar central en la vida diaria.En la vivienda familiar se conserva una virgen de Czestochowa del siglo XIX traída desde Polonia y otra reliquia de San Andrés de Bobola en un altar casero donde cada día reza.“Para mí eso es muy importante. Me lo pidieron muchas veces pero yo lo mezquino para mi familia, no sé si hago bien pero quiero que quede para mis nietos en Corpus, mi historia está acá”, señaló sobre esas piezas que temporalmente se exhiben en el flamante museo histórico local recientemente inaugurado en el centro cívico de la localidad.“Soy un hombre de mucha fe, cualquier cosa pido y se me cumple. Mi pedido principal siempre es poder ir a misa los domingos a la iglesia de San Casimiro, en Roca. Si no voy no es un domingo para mí”, sostuvo.Desde que enviudó hace seis años una de sus hijas se mudó con él para acompañarlo en el día a día. “Ellos, mis hijos y nietos son mi mayor tesoro, y acá voy a seguir hasta que Dios me dé fuerzas”, finalizó, confiado de que a lo largo de su vida las semillas sembradas dieron sus frutos.

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